Villa de Zaachila, Oax.- El viento resopla con furia. Alborota los caminos polvosos. Una ráfaga hace flotar ligera la cortina que cubre la intimidad del hogar. Al interior, un niño de cinco años juega sobre el esqueleto de un colchón que pese a estar reducido a giñapos sigue siendo una cama.
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Los resortes pelados se encogen y estiran con los brincoteos del pequeño. La hora en el reloj indica que el niño debería estar en la escuela, pero él no asiste. Con el hambre instalada permanentemente sobre la mesa, la educación salió huyendo por la puerta. Dejó de ser prioridad.- ¿Hoy no fuiste a la escuela?- El pequeño parece no afligirse. Sus ojos de un negro profundo enarcados con unas tenues cejas se clavan en el montón de basura de enfrente y que amenaza su casa. Sigue brincando con divertida sonrisa y en silencio.
– Aún no va. Será hasta el próximo año cuando entre a la primaria- se apresura a contestar Cecilia, su madre con el rostro sonrojado.
La familia vive en la colonia Bicentenario desde hace cuatro años, cuando la necesidad la llevó a establecerse de manera irregular en un trozo de terreno circundando el tiradero de basura ubicado en Zaachila, municipio conurbado a la capital.
La casa está construida sobre un firme de cemento con polines encajados como castillos y retazos de láminas oxidadas como paredes y techo. El hogar no son más que tres fragmentos dispersos en un tablero como en un rompecabezas sin armar: un cuarto, un baño y una pieza que sirve como tiendita.
A no más de 10 metros el gigante de basura supura fetidez. Exhala un aire turbio, embrollado en la repulsión de una nube de moscones y buitres volando sobre las toneladas de desechos.
– ¿Por qué hasta entonces irá a la escuela?
– Pues porque no hay dinero. Tengo cuatro hijos, el más grande ya no va a la escuela, otro va a la secundaria y el otro a la primaria. El dinero no alcanza. Apenas me mandaron a decir que si el lunes no llegan con uniforme no los van a dejar entrar a la escuela, pero ¿de dónde saco dinero? Son 430 pesos y ¡¿de dónde?!- responde con apuración.
Cecilia se para frente al lavadero, además de la basura que flanquea la casa en todo el patio hay costales atiborrados de botes de plástico y aluminio que la familia rescata en la pepena agazapados como felinos sobre la rebuscada basura.
– ¿No tienen proyectado ir a vivir a otro lugar?
– No- responde quedamente pero de manera determinante. Para la mujer y su familia no hay otra opción.
– ¿Ya se acostumbraron a vivir aquí?
– Nosotros ya, pues ahora sí que de ahí – señala con el mentón hacia el gigante de basura- nos estamos manteniendo. Ahora sí que cualquier cosita, cualquier pues …. –se pausa como buscando las palabras adecuadas. Se encoge de hombros y después retoma la respuesta- Pues ahora sí que luego tiran lo que es fruta que viene bueno, pues sacamos para nuestros hijos. Luego tiran lo que es maíz, lo que todavía viene bueno, lo que es maseca y lo sacamos porque a nosotros nos sirve para comer.
Rogando a Dios
– ¿Cómo se imagina que vendrá el próximo año?
– Pues según dicen que estamos en los últimos tiempos, va a venir más difícil, pero yo digo que Dios es tan grande que no nos va a dejar sin alimento y tortilla a nuestros hijos. Creemos en su palabra y sabemos que Dios está con nosotros.
La pepena de basura la realizan después de las seis de la tarde y se prolonga hasta pasadas las diez de la noche, alumbrados sólo con la luz de la luna.
Las horas de trabajo se reflejan en un raquítico ingreso. Unos seiscientos pesos a la semana y no más. En medio de la carencia, la tiendita tampoco garantiza ingresos adicionales porque, al igual que ellos, los habitantes circundantes viven sobre la línea de los infrahumano.
El peso de la preocupación hicieron que parte de la juventud de Cecilia escapara por las grietas de sus manos. La mujer se avejentó en años viendo pasar uno, dos, tres días con la mente revuelta. Todos los días duerme y despierta pensando en cómo alimentar a sus hijos. “Mi esposo me dice ‘no pienses’, ya vendrá otro día”.
Pero el pensamiento le atormenta. Esa mañana sólo fue posible dar un taco de quesillo a cada uno de sus hijos. En la tarde comerán un poco de sopa de pasta y arroz. No habrá cena. La noche caerá con el estómago vacío, el ladrar de los perros y el olor a basura.
Los municipios con mayor hambre
78.4% San Bartolomé Ayautla
76.5% San Cristóbal Amatlán
74.2% San Martín Itunyoso
1 un millón 22 mil oaxaqueños padecía hambre en el 2010
17.8 % creció la población con hambre hacia el 2012
15.7 % creció para el bienio 2012–2014
09 de junio del 2025