Por RAÚL CREMOUX
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Si acaso faltara una confirmación del porqué la sociedad está harta de la clase política, acabamos de ver una demostración arrolladora de la pobreza que exhiben quienes aspiran a gobernar el estado más importante en cuanto al presupuesto que maneja, al número de votantes y actualmente el que vive la mayor inseguridad para sus habitantes.Reunidos para debatir los representantes de los partidos políticos más importantes y otros autoproclamados como independientes, dijeron que debatir es posible gracias a la democracia; así, se dieron a la tarea de hacer promesas que difícilmente cumplirán, pero sobre todo se dieron cita para acusarse sobre actos y conductas de corrupción. Ventilar sus incoherencias y presumir que son ajenos a la vocación de servicio fue determinante. Quienes los hayan visto y escuchado habrán reforzado la idea de que nuestra democracia, por la que tantos hemos luchado, va camino al precipicio. Hasta haber prueba en contra, la democracia supone una lucha incesante por la justicia social y, si no aspira al igualitarismo utópico, rechaza las desigualdades; especialmente las excesivas, las que con su desinterés por el bien colectivo ofenden y denigran a quienes las ven y padecen.
Hacer propuestas que parecen ocurrencias, utilizar tribunas para las que han preparado acusaciones y frases de cartón, no es lo que la población quiere. Por lo contrario, las exigencias populares son de verdaderos cambios ante la ineficiencia y la tolerancia de tantas injusticias que lo mismo se dan en lo laboral que en las áreas más sensibles de la procuración en lo administrativo, de la salud, la educación, la vivienda y en lo penal.
Las zonas de pobreza, que conviven con fraccionamientos amurallados y con vigilancia armada durante 24 horas, no alteran a los candidatos, como tampoco les indigna que la criminalidad y la violencia muestren el fracaso de aquellos planes que la actual administración calificó de novedosos, eficaces y que darían resultados palpables. La situación es justamente lo contrario. Lo que se ha hecho es defender la continuidad, la autoridad y la jerarquía de lo probado como una monarquía que llega al poder gracias al dinero y no por cualidades intrínsecas al servicio de los demás.
El debate entre los aspirantes nos ha demostrado que estamos en presencia de una sociedad agarrotada. La estructura administrativa ofrece grietas abiertas al mejor postor, quienes la manejan saben que el discurso ha sido rebasado por la realidad y sus haberes son insuficientes, obsoletos y costosísimos. Los servicios que brindan son escasos e ineficientes al mismo tiempo que las cargas fiscales son cada vez más pesadas. Pero el debate no va a lo sustantivo, evade los puntos torales para refugiarse en el chismerío, en el ‘lavadero’ donde ni por asomo vemos argumentos, planes integrales ni programas que los orienten.
Tiene sobrada razón la población en estar decepcionada y harta de tanta vacuidad cuando por enésima ocasión volvemos a ver, escuchar y padecer la ausencia de autocrítica.
Extraña democracia la nuestra cuando el arte del buen candidato consiste en prometer todo a todos los grupos sociales sabiendo ambas partes que no serán realizables o más aún, en disimular problemas complejos con declaraciones vagas e incluso insulsas para después pronunciar todas las justificaciones. Al Edomex que han llamado laboratorio antes de la elección presidencial, es donde justamente debiéramos ver a la democracia en acción, percatarnos de que no se requiere eso que uno tras otro los candidatos dicen buscar: ‘el cambio’. No, lo que se requiere es una evolución que lleve a una mutación de fondo. Emplear todos los sentidos en que la población no sólo participe en los comicios sino en todos los ámbitos… y todos los días hasta alcanzar los planos de igualdad que comienzan con el restablecimiento de la dignidad. ¿Se puede hablar de democracia cuando la mayoría de los ciudadanos no llega a distinguir las tesis de cada partido político porque todas son semejantes, o se puede hablar de democracia cuando la mayoría sufre un sistema fiscal sin entenderlo?
¿Se puede hablar de democracia cuando las campañas electorales escamotean las complejidades de los problemas para refugiarse en vagas declaraciones y en generalidades de todo tipo?