Oaxaca, Oax.- Catia tiene 80 años y siempre ha vivido en precariedad. Empezó a trabajar desde los seis años, casi toda su vida fue empleada doméstica y en su vejez sale a la calle a vender flores; durante más de 70 años se ha partido la espalda en jornadas laborales que superan las 12 horas al día, y lo único que tiene como patrimonio es una desvencijada casa de lámina: nunca escapó de la pobreza.
TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR
De acuerdo con el Centro de Estudios Espinoza Yglesias (CEEY), 70 de cada 100 personas en México que nacen en condiciones de pobreza, vivirán pobres incluso 30 años después y sólo podrán aspirar a escalar a un siguiente rango, pero con ingresos casi iguales. Pero en el caso de Catia, el plazo se prolongó por 50 años más.
Es jueves por la mañana, la delgada mujer estaciona su diablo cargado de flores de bajo de un árbol, buscando la sombra, tratando de escapar del intenso sol que se agudiza al filo del medio día.
Debajo de su pálido sombrero la mujer que padece de glaucoma se anima ante la llegada de un posible y esporádico cliente; el tiempo transcurre con lentitud para doña Catia, quien para descasar sólo recarga su cuerpo en el árbol o en la barda del hospital civil Doctor Aurelio Valdivieso. A donde acude cada día.
Una vez que el frío de la mañana le permite salir de su casa, en la colonia La Casada. Catia se prepara para un día más de trabajo, del que aspira a ganar entre 25 y 70 pesos como máximo en caso de vender alguna maceta, lo que es menos de un día de salario mínimo. Pero en ocasiones no vende nada.
México cuenta con el peor salario de norte y centroamérica. Estadísticas muestran que mientras México contaba con un salario de 73.30 pesos, en países como El Salvador era de 73.90. En pesos mexicanos, Costa Rica ofrecía a sus trabajadores 331.60 y Guatemala 313.30 pesos.
Los años para esta mujer fueron injustos al no permitirle acceder a mejores oportunidades laborales a falta de estudios. Lo que por más de 40 años la esclavizó a labores domésticas en casas ajenas, para recibir lo “justo” para comer.
“¡Con este situación que se va a poder descansar!”, expresa la señora Catian, quien lleva sus marchitas manos sobre su cabeza para alzar un poco el sombrero que le cubre parte de su moreno rostro.
Ella es originaria de Nochixtlán, en donde desde pequeña comenzó a trabajar en los campos con su padres y cooperar con los quehaceres en el hogar. Su casa de madera y palma, con piso de tierra fue el cobijo para siete integrantes de la familia.
Catia se acostumbró a vivir con limitaciones, y aunque deseó lograr más para sus tres hijos, quienes no cuentan con una profesión y la ayudan con sus gastos, ahora sólo trata de disfrutar de los días y ganar lo que se le permita.