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RUSIA, ENTRE LA NOSTALGIA Y EL FUTURO


Redactado por: adriana bravo
mayo 6, 2016 , a las 1:10 am

Moscú, Rusia.- Mientras las Fuerzas Armadas rusas asombraban a los observadores militares por su campaña relámpago en Siria, en la que exhibiendo un armamento altamente sofisticado, garantizaron la supervivencia del régimen de Bashar al-Assad, la economía del país seguía experimentando las consecuencias negativas de las sanciones internacionales por la crisis de Ucrania y los duros efectos del descenso del precio del petróleo, que la sumieron en una honda recesión.

Rusia representa hoy sólo el 2% del producto bruto mundial, contra un 3,8% de 2008.
En este contexto, el sector industrial, cuyo desenvolvimiento muestra algunos índices positivos, funciona como una parcial contrapartida de esa debacle y constituye una inequívoca manifestación de la naturaleza del proyecto político encarnado por el presidente Vladimir Putin.
Este tímido resurgimiento industrial se basa en un modelo centralizado, cuya columna vertebral es Rostec, una corporación estatal creada en 2007, dedicada principalmente a la producción y venta de armamentos y material bélico.
Al frente de Rostec, Putin designó a Sergey Chemezov, un ex oficial del Ejército Rojo y hombre de su estrecha confianza, erigido en un personaje clave de su sistema de poder.
El conglomerado, fundado por Putin como parte de un plan de salvataje del complejo militar-industrial que sobrevivió al colapso de la Unión Soviética, agrupa a 633 empresas con 475.000 empleados. Fabrica productos de alto contenido tecnológico y valor agregado, en un amplio abanico que incluye automóviles, helicópteros, aparatos médicos de avanzada, maquinaria, biotecnología, electrónica, armas, misiles y vehículos de combate.
La corporación factura más de 15.000 millones de dólares anuales. Chemezov afirma que “logramos figurar en el “top ten” de las compañías más grandes del mundo. Tenemos previsto alcanzar en 2035 el quinto lugar y estoy seguro de que lo podemos hacer”.
Rostec posee marcas célebres a nivel mundial, entre las que resaltan Lada (automóviles), Kalashnikov (fusiles y ametralladoras), y Kamaz (principal fabricante ruso de camiones y ganador en once oportunidades del rally Dakar). Otras marcas reconocidas son VSMPO-AVISMA (responsable del 30% de la producción mundial de titanio y principal proveedor de Boeing, Airbus y Embraer) y Helicópteros de Rusia, la mayor rival de la líder estadounidense Bell. Una de sus últimas novedades es su incursión en el terreno de los smartphones. En febrero de 2014 lanzó al mercado YotaP VSMPO-AVISMA hone, el primer teléfono inteligente diseñado íntegramente en Rusia.
Este balance es exitoso si se tiene en cuenta el punto de partida. Cuando Putin creó Rostec, puso a su cargo 426 empresas del sector industrial consideradas estratégicas. La mayoría estaba en estado calamitoso: 148 estaban en proceso de crisis, 28 en bancarrota, 17 no realizaban ninguna actividad y otras 27 habían perdido gran parte de su patrimonio.
Para su reestructuración, Chemezov subdividió a esas empresas en quince “holdings” industriales, agrupados por actividades. Nueve actúan en la esfera militar y seis con fines civiles. Así empezó a atraer socios internacionales de primer nivel, entre ellos Boeing, Airbus, Pirelli, Renault-Nissan, Roll Royce, General Electric, Siemens, Thales, Marcopolo y Embraer. Esta política de asociaciones puntuales con las firmas transnacionales permitió incorporar nuevas tecnologías y avanzar en la conquista de mercados.
En Rostek confluyen las prácticas culturales rusas de todos los tiempos. En la fábrica de motores Klimov, ubicada en la clásica ciudad de San Petersburgo, destinada a la producción de toda clase de vehículos, incluidos aeronaves, se recuerda que su nacimiento obedece a un decreto firmado en 1914 por el zar Nicolás, al que no vacilan en calificar “nuestro monarca”, sin mencionar por supuesto que fue fusilado con su familia por los bolcheviques en 1918.

El enigma estratégico

En consonancia con Putin, Chemezov destaca que los objetivos de Rostec exceden lo específicamente económico. Señala que “hoy llegó el tiempo en que la diplomacia industrial sale a primer plano como el factor inalienable y de eficacia para la política exterior de los países”. Define al conglomerado como “el embajador industrial de Rusia”.
Rostec invierte el 10% de sus ingresos en investigación y desarrollo. El país tiene una ventaja comparativa: mientras en el mundo hay escasez de ingenieros y científicos, en Rusia las carreras vinculadas con la ingeniería y las ciencias duras tienen una larga tradición. Cerca de un millón de estudiantes egresan anualmente de las universidades e institutos especializados.
La experiencia de Rostec, íntimamente asociada al rearme de las Fuerzas Armadas rusas promovido por Putin, alimenta una incógnita sobre el futuro de Rusia que desvela a muchos analistas occidentales y se funda en la experiencia histórica reciente: al momento de su desaparición, la Unión Soviética todavía era una superpotencia militar. Lo que pasó fue que su inferioridad tecnológica en relación a Estados Unidos tornaba insustentable esa paridad de fuerzas. El primer órgano del Estado soviético que advirtió esa imposibilidad fue la KGB, en la que revistaba Putin.
Putin logró sacar a Rusia del letargo postcomunista. Esto le permitió consolidar un sistema de poder hegemónico.
Su imagen positiva en la opinión pública lo posiciona como un líder indiscutido, que está devolviendo al país la respetabilidad internacional que perdió con el colapso del comunismo. Su partido, Rusia Unida, no tiene rivales electorales de fuste. Su alianza con la Iglesia Ortodoxa le permite amalgamar su imagen nacionalista con la condición de adalid de los valores tradicionales.
Pero el trauma comunista está todavía presente en el subconsciente colectivo de la opinión pública internacional.
Putin definió a la disolución de la Unión Soviética como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Para atenuar el impacto de esa afirmación, aclaró que “quien no añora a la Unión Soviética no tiene corazón, pero quien pretende reconstruirla no tiene cerebro”. En esa ambivalencia transita su proyecto político.
El enigma es si esa estrategia de Putin, fundada en la confluencia entre el capitalismo de Estado y el fortalecimiento del poderío militar, temerosa de los riesgos de la apertura internacional y del rol del capital privado, alcanzará para colocar al país a la altura de las severas exigencias de una economía cada vez más globalizada y brutalmente competitiva o si, en términos de largo plazo, Rusia terminará tropezando dos veces con la misma piedra.

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